Ese día había amanecido soleado y viscoso en la selva de Seeonee.
Allí todo era virgen sin serlo. Todo tenía la pureza de haber sido
concebido en la más sucia y sincera naturaleza.
Pero
poco más tarde una columna de humo negro irrumpió la paz del lugar,
avanzando salvaje, devastando árbol, camino u hogar a su paso. Una gran
estampida violenta e histérica hacia el otro lado del río no se hizo
esperar.
De pronto, en medio del pánico y la
irracionalidad, los animales vieron al pequeño colibrí dirigirse en
sentido contrario, del río al fuego. Osado miraba la inmensidad cargado
hasta los pulmones de agua.
En ese momento Hathi, el gran elefante, preguntó histérico:
- ¿Qué haces yendo al fuego?
- Al norte contemplaron hoy las raíces anonadadas el caer de una placenta
vívida que se diluirá al tiempo en aire, tierra y agua. A escasos
metros las pequeñas crías pisan ya por primera vez tierra firme.
- ¿ No ves que eres demasiado pequeño? ¡Tu gran esfuerzo resultará diminuto y seguramente morirás!
- Son unos pies tiernos y por primera vez saborean la jugosidad que el
sol les concede. Somos unos pies tiernos y para nosotros no perderá la
dulzura ese caramelo que en nuestro día empezamos a saborear.
- ¿Arriesgarás tu vida por unas simples crías que ni siquiera son de tu especie?
Fue entonces cuando para asombro de todos los asistentes, el valiente colibrí contestó:
- Es posible, por eso soy consciente de que yo sólo hago mi parte.
Alí-Tebelín
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